Hoy les quiero hablar sobre un fenómeno de los ámbitos de la psiquiatría y psicología llamado trastorno obsesivo compulsivo o (TOC) como se le conoce popularmente. No entraré en definiciones aburridas usando palabras rimbombantes, sino que me limitaré a usar palabras simples.
Básicamente el TOC se trata de pensamientos e ideas que aparecen de repente en nuestra cabeza y producen tal miedo o rechazo que generan una compulsión o comportamientos repetitivos.
Por ejemplo, una mujer que de pronto tiene un pensamiento que le susurra lo siguiente: “has tocado una superficie sucia, ahora enfermarás”. Entonces le da importancia a ese pensamiento por lo que se atemoriza y va a lavarse las manos con el fin de “quitarse la suciedad” y así evitar la enfermedad; sin embargo, después de que lo hace, el pensamiento vuelve a surgir obligándola a repetir el mismo procedimiento una y otra vez en un bucle repetitivo que puede ser muy angustiante.
En mi caso, desde pequeño, tuve una especie de TOC con las cuestiones existenciales. Al principio, era un interés balanceado donde me hacía preguntas profundas y buscaba las respuestas de una manera mesurada; sin embargo, este interés poco a poco crecería llegando a un punto en el que la búsqueda de respuestas se volvería tan intensa que pasaría horas de horas leyendo filosofía y metafísica buscando argumentos para evitar que aquellos pensamientos existenciales, que tanto temía, se hicieran realidad.
Esto ya lo había mencionado en una entrada anterior. Me refiero a cierto fenómeno que provoca la mente: te enfrenta con aquello a lo que más le temes. En mi caso, hubo un momento en mi vida en el que yo era un fanático religioso: muy apegado a la apologética cristiana y sus conceptos cosmogónicos; sin embargo, por “X” circunstancias, había momentos en los que de repente aparecían pensamientos que señalaban incongruencias del sistema de creencias religiosas que tenía. Y el hecho de que estas existieran me incomodaba en demasía, me producían ansiedad, porque me decían que mi sistema de pensamiento estaba equivocado y que “Dios” no existía y todo desembocaría en un nihilismo.
Yo no podía aceptar eso: le tenía miedo a ese “nihilismo”, le tenía miedo a lo que la mente me decía, le tenía miedo a lo que había al otro lado de mi creencia; por ello, luchaba con todas mis fuerzas: leyendo horas y horas argumentos metafísicos para así poder responder esas incongruencias y así salvar de una vez por todas mi sistema de pensamiento.
Era una lucha agotadora, horas y horas de lectura, mis ojos se cerraban de cansancio, pero mi mente obligaba a mi cuerpo a seguir leyendo usando el combustible del miedo.
Resulta curioso que en ese entonces no captara la idea de qué no existía una respuesta lógica a esas preguntas ¡No había metafísica que las resolviera!
—¿Saben por qué?
Porque era necesario que exista la otra polaridad. Era necesario que exista otro sistema de pensamiento donde ese “Dios” y todo su sistema no existía.
Y si que hubo otro momento donde ya no era partidario de ese “Dios” y donde por primera vez sentiría algo de aventura y libertad, porque no había nadie ordenándome nada. Entonces temía perder esa libertad; por ello, cuando aparecían en mi mente pensamientos que decían: “el mundo se vuelve nihilista sin un Dios”; “es necesario que “Dios” exista, sino nada tendría sentido”, nuevamente emprendía una lucha metafísica contra esos argumentos gastando gran cantidad de tiempo. Y en el fondo, estos pensamientos representaban la perdida de mi libertad, porque, de ser ciertos, no resistiría la culpa y tendría que someterme a ese “Dios” y eso era algo que no quería. En ese entonces no tenía vida social y era una especie de ermitaño oculto entre miles de libros.
Pero como dije líneas arriba: “era necesario que exista la otra polaridad”. Así como debe haber la tristeza para que haya la alegría y el día para que haya la noche. Debería haber un “Dios” (fanatismo), para que haya un “sin Dios” (nihilismo)
Por otro lado, no solo sufriría esa especie de TOC existencial, sino que por gran cantidad de tiempo tendría una especie de TOC supersticioso e hipocondriaco donde mi mente me jugaba malas pasadas haciéndome creer que enfermaría o que me ocurriría algo malo por ver ciertas “señales” en el mundo.
Pasaría muchos años en esa lucha constante, y de varios frentes. Y lo haría leyendo y buscando argumentos para rebatir a mi mente ¡ese era mi ritual compulsivo!; además, a lo largo de esa batalla, descubriría, por medio de lecturas, que también existían muchas otras variantes de TOC.
Por ejemplo, había gente que sufría, porque temía tirar a sus bebés al vacío. Había gente heterosexual que temía ser homosexual y también lo opuesto: gente homosexual que tenia miedo de ser heterosexual; gente con pensamientos sexuales hacia figuras religiosas; gente con pensamientos sobre asesinar a alguien, etc.
La mente siempre te pondría a luchar contra aquello que más temes. Y yo creía que todo era mi culpa, creía que yo era el causante de mi trauma; por lo tanto, era mi responsabilidad sanarlo. En ese entonces navegaba el mar de mi lucha bajo el paraguas de la “psicología de las profundidades”. Donde la premisa principal era: “el origen de tu trauma se encuentra enterrado en tu inconsciente"; por ello, es urgente sacar esa oscuridad de tu interior.
— ¡Hay algo malo en tu interior! — susurraba nuevamente una voz —¡Tienes que encontrar esa oscuridad y echarla!
Y así pasaría muchos años luchando contra esa "oscuridad", tratando de solucionar ese “TOC” o “esos pensamientos que aparecían de repente” y lo haría luchando desde el enfoque de la psicología de las profundidades. Me sumergiría en lecturas psicológicas que iban desde Freud hasta Jung, pasando por muchos matices intermedios, al mismo tiempo que probaría una gran variedad de métodos clínicos y esotéricos para intentar “curarme”: terapia psico conductual, hipnosis ericksoniana, imanes, test psicokinéticos, psicomagia, péndulos, ayahuasca, interpretación de sueños, etc. Pero nada de eso funcionaría y yo me sentíría cada vez más culpable, porque yo era el responsable de mi trauma al no haber sabido gestionarlo a su debido tiempo.
Pasaría años esperando que el tan ansiado momento llegara. Donde por fin encontraba el origen del trauma y por fin solucionaba de una vez por todas todos mis problemas, pero simplemente nunca llegó.
— ¿Acaso estaba condenado a luchar para siempre con mi mente?
Entonces empecé a notar algo. Toda la información que tenía era de segunda mano. Todo lo que había leído había formado una especie de “mapa del ser” en mi mente donde ya todo estaba perfectamente conceptualizado: “el consciente”: era el estado de vigilia, el que tenemos cuando estamos despiertos; “el inconsciente”: era un territorio oscuro de muy difícil acceso y el solo estar allí significaba peligro; además, allí se escondían el origen de todos los traumas; “los sueños” eran emanaciones del inconsciente y probablemente tenían el secreto del origen de mi trauma y así podría seguir de largo con las definiciones; sin embargo, la pregunta es la siguiente:
¿Acaso la mente podría contener al ser? ¿Existe alguna palabra o estructura capaz de atrapar al misterio del ser?
En ese entonces me encontraba muy cansado. Llevaba tanto tiempo buscando y buscando respuestas por lo que mi mente se agotó. Entonces por fin se rindiría y aceptaría que no sabía. Aceptaría que era impotente y dejaría al TOC “estar".
Y ¡sí! Surgieron esos terribles sentimientos de miedo y de dolor y me tumbaron al suelo, me hicieron morder el polvo y que el corazón se me hiciera como un puño. Pero allí, en medio de ese dolor, todo era como tenía que ser, la mente ya no se oponía al fluir de la vida.
Y entonces sucedió: tuve mi primer beso de realidad (revisar mi anterior entrada).
Y entonces ese “mapa del ser” que tenía en mi cabeza se fue resquebrajando. Dejó de tener importancia y dejé de buscar la causa de mis problemas y dejé de sentirme responsable y me convertí en uno con la vida en una danza inexplicable.
¡Todo cayó!, daba cierto toque de gracia y un impulso de risa quería emerger, porque era como si todo hubiera sido una ilusión de la mente.
Dejé que me bañara tanto la luz como la oscuridad y se convirtieran en un eclipse que contenía a todo. No había nada ni nadie y la vida simplemente sucedía, los pensamientos sucedían: iban y venían, tanto oscuros como luminosos, y yo era "eso" donde la vida sucedía.
No pretendo darte más conceptos o decirte que tal o cual camino es el correcto. No quiero que tu mente se adueñe de ellos y caigamos en la misma trampa de siempre.
En este espacio todo es permitido, puedes tomar el camino que creas conveniente. Solo te digo: “no te aferres tanto a tus conceptos, son solo relativos”.
Usa mis palabras para tirar al rio todos los conceptos, pensamientos e ideas que tengas y, una vez que lo hayas hecho, también tira mis palabras al río y sacrifica tus conclusiones. Ahora ¡ve y camina! Ábrete a la vida, déjate envolver por su misterio y quizá su gran secreto sea revelado.
Te invito a explorar mi bra: "Eclipse: historia de un aventurero"