Desde que tengo memoria recuerdo haber estado en busca de repuestas a las grandes cuestiones de la vida. Desde niño ya tenía inquietudes existenciales: a los doce solía sacar mi cabeza por la ventana de mi habitación y observar las infinitas estrellas que adornaban el cielo. Su tintineo y lejanía parecían susurrarme ciertas preguntas:
—¿Qué es el universo?
—¿Cómo apareció?
—¿De dónde vino?
—¿Cuál es la razón de nuestra existencia?
Era innegable que una parte mía vibraba de alegría al preguntar por aquellos misterios. ¡Quizá era mi destino! quizá mi ser estaba calibrado para que a cierta edad afloraran esas cuestiones en mi alma.
¡El universo!, ¡la existencia! eran un misterio y una manera de poder acercarme a ese misterio, de poder saborearlo, era a través de la física cosmológica. Por ello, amaba ver los documentales de física moderna donde se hablaba de estos temas: profundizando en la naturaleza espacio temporal y en los enigmas de la mecánica cuántica.
Otra tema que me atraía enormemente era la cuestión de "Dios" ¿Qué o quién era "Dios"? ¿Acaso ese "Dios" era la respuesta al misterio de la existencia que tanto anhelaba desentrañar?
Cómo dije lineas arriba: "quizá era mi destino".
Recuerdo que a los trece, sin que nadie me lo pidiera, tomé una biblia (era lo único de mi cultura que afirmaba darme respuestas a las cuestiones que demandaba) y me propuse leerla completamente para entender qué o quién era Dios. Apenas tenía trece y no sabía nada de la vida: apenas sabía usar internet y a ningún adulto parecía importarle lo suficiente las preguntas que me planteaba.
Fue así que, sin la guia de nadie, continuaría leyendo y leyendo cada vez más aquel libro de mi religión cultural. Y mientras pasaba eso, el destino nuevamente haría de las suyas: tejería hilos para producir encuentros con grandes amigos. A estos los conocería jugando unas pichangas y allí me enteraría que eran hijos de un pastor evangélico. Y no pasaría mucho hasta que me invitaran a formar parte de su iglesia. Y en ese entonces, me uniría a ellos aceptando, sin ninguna crítica, la ideología que tenían sobre la vida.
Así pasaría ocho largos años dentro de ese sistema de pensamiento. Cada vez leyendo cosas más complejas sobre la apologética cristiana. Leía a teólogos y filósofos que argumentaban a favor de la existencia de "Dios". Amaba también la ciencia y; por ello, trataba de unificar mi visión religiosa con mi visión científica.
Sin embargo, no todo era "mente". Mi cuerpo y alma también iban creciendo y anhelaban experimentar cosas propias de la edad: el enamoramiento, la música, los amigos y las travesuras. Y he aquí los primeros problemas empezaron a aflorar: la rigidez de la moral y los conceptos de la religión empezaron a chocar con mi alma.
Era una guerra entre mente y cuerpo: trataba de enterrar con mi voluntad aquellos impulsos que me pedía el cuerpo
—¿Acaso podría ganar esa batalla?
—¿Quien era yo? ¿Era mi mente o era mi cuerpo?
La lucha fue tal que mi cuerpo estuvo al borde la muerte. Y esa cercanía con la muerte transmutaría mi ser para llevarme a una comprensión más profunda de la existencia.
La desconfianza hacia la religión se hizo evidente entonces, pero no podía dejarla de golpe, era muy temprano para eso, aún no estaba listo. Era algo que tomaría forma con el correr del tiempo.
Primero dejé de asistir a las reuniones, decía que yo solomente creía en ese "Dios" y no necesitaba ningún intermediario. Y nuevamente el destino hizo de las suyas: tejió encuentros con personas y libros que eran esencialmente del bando contrario: no creían en la existencia de ese "Dios" y daban argumentos para ello.
Fue entonces que se fue produciendo un despertar. Me daba cuenta que en realidad no sabía nada y que en un inicio había aceptado las ideas que me vendieron sin ningún filtro o crítica.
Sin embargo, ahora quería buscar la "Verdad" de manera sincera y autentica. ¿Acaso podría hacerlo?
Dejé de ser un fanático religioso y ahora era un filósofo que pretendía desentrañar el misterio de la existencia. Quería atrapar la realidad con conceptos y no quería que nada se me escapara.
Decidí poner en duda al libro en el que se basaba toda la religión que había tenido y así emprendí una aventura de conocimiento a traves de la historia: desde la antiguedad hasta la posmodernidad.
Mi viaje me enseñaría muchas cosas sobre aquel libro. Sabemos que se divide en dos partes: antiguo y nuevo testamento. El antiguo se fue formando desde una cosmogonía muy básica hasta una más compleja producto de influencias de religiones persas (especialmente del zoroastrismo), que tambien estaban en pleno desarrollo; además, no existia un libro como tal. Solo eran una coleccion de pergaminos que le pertenecian a un pueblo en medio de muchos otros pergaminos y muchos otros pueblos. En cuanto al nuevo, este se fue escribiendo en pleno Helenismo. E igualmente no había un libro como tal, sino cientos de pergaminos y una mezcolansa de disferentes religiones. Tomó finalmente forma el año 326 en un concilio en Nicea, donde hombres falibles como cualquiera escogen por conveniencia politica los pergaminos inspirados por ese "Dios".
Cuando asimilé todo esto, pensé:
— ¿Cómo pude confiar ciegamente en algo tan manoseado y cambiante y hecho por personas como yo?
Definitavamente la religión no era la "Verdad" que yo estaba buscando.
—¿Acaso ese "Dios" es solo un invento de los humanos?— susurraba una voz en mi mente.
— entonces si no hay Dios ¿Cómo defines las categorías metafísicas del "bien" y del "mal"?— susurraba nuevamente la voz.
— si no hay Dios ¿Solo somos materia y no tenemos alma por lo que el amor y los sentimientos más lindos son solo química y no tienen ningún significado profundo?— susurro nuevamente la voz.
— Si no hay Dios ¿Todo está permitido? — dijo Dostoievsky en "Los hermanos karamazov"
Un sentimiento de tristeza me invadía al imaginar un mundo así: frió y sin alma.
—¿Podría aceptar un mundo así?
He aquí un fenómeno muy curioso: cuando estaba en el bando de los creyentes, tenía miedo de un mundo así; por ello, cuando en mi mente aparecían dudas e incongruencias acerca del sistema de pensamiento religioso, luchaba con todas mis fuerzas contra quellas dudas. No las soportaba, quería eliminarlas, porque el hecho de aceptarlas significaría aceptar que ese "Dios" no existía y que todo desembocaría en un nihilismo.
Por otro lado, cuando ya no creía en ese "Dios" con su rigidez moral y conceptual. Me sentía libre y una extraña emocion de aventura se asomaba; sin embargo, allí la mente me señalaba todas las incongruencias de la "no existencia" de ese Dios: señalaba todo el nihilismo. Entonces luchaba contra esas incongruencias y trataba de darles sentido, pero sin aceptar la existencia de ese "Dios", ya que hacerlo implicaría someterme a la prisión de la rigidez moral y conceptual y eso era algo que me aterrorizaba.
—¿Lo han pillado?
No importa en que bando estes, no importa si eres "creyente" o "no creyente" la lucha que te pondrá tu mente siempre será en contra de aquello a lo que temes o no puedes aceptar.
Lo podemos ver claramente en el filósofo de la ciudad de Königsberg: "Immanuel kant" y su escrito llamado: "Crítica ala razón pura" donde pretende responder a la pregunta:
"¿Qué puedo conocer?" y en el que conluye que la razón no podrá jamás alcanzar a Dios: ni afirmar, ni negar su existencia. Sin embargo, Kant postula la existencia de Dios con el fin de salvaguardar su creencia: "debe existir una base para la moral"
Kant no puede aceptar la idea de un mundo "amoral" es impensable para él, le tiene miedo; por ello es que postula la existencia de Dios.
¿Se dan cuenta? La subjetividad a la hora de buscar la "Verdad" siempre va a estar presente.
Esto era algo que poco a poco empezaría a asimilar. Pasaría algo más de tiempo estudiando otros sistemas de pensamiento: otras religiones, esoterismo, ocultismo y conspiración, pero siempre sería más de lo mismo: conceptos emitidos por alguien tratando de atrapar esa “Verdad”, conceptos emitidos desde su subjetividad y siempre habíendo algo que alcanzar.
Lo que había ahora no era suficiente, debía esforzarme para conseguir algo: ya sea luchando contra un demonio o satanás, o contra los illuminatis, o contra el sistema, o contra unos extraterrestres llamados reptilianos, o salir de una matrix, o contra la oscuridad que llevaba dentro: el miedo, la ansiedad, la culpa, etc. Y solo venciéndolos sería feliz.
Sin embargo, todo sistema de pensamiento: religioso o ateo, toda filosofía, todo libro esotérico o de conspiracion, toda metafísica era un pobre intento de subjetividad por querer atrapar la "Verdad"
En ese entonces aún no lo comprendía. Continuaba investigando y alimentando más y más mi mente. Tenía la vaga esperanza de encontrar alguna manera en la que todo encajara y me dejara satisfecho interiormente; sin embargo, por más que lo intentaba, mi ser nunca estaba satisfecho, nunca tenía la sensación de haber atrapado la "Verdad"
La carga mental creció de tal manera que una confusión enorme penetró toda mi alma ¡Era desesperante! ¡Había llevado el pensamiento al límite! ¡Estaba al borde de la locura! No había ningún lugar donde apoyar el pie, ni ningún techo que me cubra la cabeza. Pero era necesario llegar a ese punto, era necesario pasar por tal dolor, ya que fue allí cuando mi mente por fin empezó a rendirse, por fin empezó a aceptar que no sabía ¡Sí! no sabía dónde estaba la “Verdad” y eso fue liberador. Entonces finalmente se empezó a callar.
Un filósofo moría y nacía un místico.
Y entonces sucedio: En ese silencio de la mente, en esa ausencia de conceptos, por primera vez experimenté “La Verdad” o a “Dios” o como quieran llamarle. Por primera vez fui más allá de las palabras, más allá de los conceptos, más allá del bien y del mal. Por primera vez fui capaz de ver a través del velo, a través de las paradojas y descubrir el lugar que había más allá de las polaridades.
Ninguna palabra podría contener a aquel lugar ¡Era al revés! Ese lugar lo contenía a todo: a mis palabras, a mis dudas, a la luz, a la oscuridad, al tiempo y al espacio. Ese lugar los contenía y a la vez estaba más allá de ellos.
Paradojicamente, no había ningún lugar a donde ir, no había nada que comprender, no había nada que alcanzar y no había nadie separado de la vida.
Había comprensión, pero no había nadie quién comprendiera.
Había la Verdad, pero no había nadie quién la poseyera.
Incluso el tiempo era trascendido: “Sentimos y experimentamos que somos eternos” — diría Spinoza.
De pronto, todo empezó a volver a la normalidad, volvieron los pensamientos, volvieron las palabras y el mundo como usualmente solía ser, pero no todo era igual ¡algo si que había cambiado!
Aquello había sido mi primer beso de realidad.
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